Decidí leer “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir ante la necesidad de entender el origen del patriarcado, en un momento en que empecé a ser consciente de que la gran mayoría de los conflictos que se producen en mi realidad cotidiana, son, en su base, consecuencia de este modelo histórico de construcción social. Es algo que afecta a todo, y que, aunque sobra decirlo aqui, va mucho más allá de la relación entre sexos. Es algo que construye, también, nuestro sistema económico. Por eso a muchas no nos dice nada (bueno) todas esas políticas de igualdad: ¿Igualdad en qué, en el sistema patriarcal?
No he terminado de leer el libro, pero quiero ir reescribiendo en este blog algunos extractos. Comienzo con parte del capítulo III, donde de Beauvoir analiza la condición de mujer a lo largo de la historia desde el punto de vista del materialismo histórico. En realidad analiza las investigaciones de Engels a este respecto para llegar a los conclusión de que no es suficiente este punto de vista por sí sólo para explicar por qué la mujer siempre ha sido el sexo dominado. Defiende que no es suficiente porque la estructura económica de las sociedades y las técnicas que las han desarrollado, teniendo un papel fundamental en la construcción social, no pueden explicarse sin ciertas condiciones primigenias, naturales del ser humano, que, para de Beauvoir, desbordan al homo oeconomicus. Estas condiciones serían:
-La necesidad del ser humano de definirse como sujeto singular, autónomo, no dependiente ni del clan ni de la naturaleza.
-El deseo de trascendencia de sí mismo a través de su patrimonio.
-El deseo de dominación sobre lo otro, ya sea el otro sexo, la otra tribu, los animales, o la naturaleza.
Y ahora dejo la palabra a Simone de Beauvoir y la intercalo con algunas imágenes de libros de texto de primaria, simples y a la vez nada inocentes:
“En «El origen de la familia», Engels rastrea la historia de la mujer de acuerdo con esta perspectiva: dicha historia dependería esencialmente de las de las técnicas. En la Edad de Piedra, cuando la tierra era común a todos los miembros del clan, el carácter rudimentario de la laya y la azada primitivas limitaba las posibilidades agrícolas: las fuerzas femeninas se adecuaban al trabajo exigido por la explotación de los huertos. En esta división primitiva del trabajo, los dos sexos constituyen ya, de algún modo, dos clases; entre estas clases hay igualdad; mientras el hombre caza y pesca, la mujer permanece en el hogar; pero las tareas domésticas entrañan una labor productiva: fabricación de vasijas de barro, tejidos, faenas en el huerto; y por ello la mujer tiene un importante papel en la vida económica…
…Con el descubrimiento del cobre, del estaño, del bronce, del hierro, y con la aparición del arado, la agricultura extiende su dominio: para desmontar los bosques, para hacer fructificar los campos, es necesario {62} un trabajo intensivo. Entonces el hombre recurre al servicio de otros hombres a los cuales reduce a esclavitud. Aparece la propiedad privada: dueño de los esclavos y de la tierra, el hombre se convierte también en propietario de la mujer. Es «a gran derrota histórica del sexo femenino». Esta derrota se explica por la convulsión producida en la división del trabajo como consecuencia de la invención de los nuevos instrumentos. «La misma causa que había asegurado a la mujer su anterior autoridad en la casa (su empleo exclusivo en las labores domésticas), aseguraba ahora la preponderancia del hombre: el trabajo doméstico de la mujer desaparecía desde entonces junto al trabajo productivo del hombre; el segundo lo era todo, y el primero un accesorio insignificante.» El derecho paterno sustituye entonces al derecho materno: la transmisión del dominio se efectúa de padre a hijo, y ya no de la mujer a su clan. Es la aparición de la familia patriarcal fundada en la propiedad privada…
…El pivote de toda la historia es el paso del régimen comunitario a la propiedad privada, y no se nos indica en absoluto cómo ha podido efectuarse…Así, pues, la exposición de Engels es superficial y las verdades que descubre resultan contingentes. Y es porque resulta imposible profundizarlas sin desbordar el materialismo histórico. Este no podría aportar soluciones a los problemas que hemos indicado, porque estos interesan al hombre todo entero y no a esa abstracción que es el homo oeconomicus {64}.”…
…Está claro, por ejemplo, que la idea misma de posesión singular no puede adquirir sentido más que a partir de la condición originaria del existente. Para que aparezca, es preciso, en primer lugar, que exista en el sujeto una tendencia a situarse en su singularidad radical, una afirmación de su existencia en tanto que autónoma y separada. Se comprende que esta pretensión haya permanecido subjetiva, interior, sin veracidad, mientras el individuo carecía de los medios prácticos para satisfacerla objetivamente: a falta de útiles adecuados, no percibió al principio su poder sobre el mundo, se sentía perdido en la Naturaleza y en la colectividad, pasivo, amenazado, juguete de oscuras fuerzas; sólo identificándose con el clan todo entero, se atrevía a pensar: el totem, el maná, la tierra, eran realidades colectivas. Lo que el descubrimiento del bronce ha permitido al hombre ha sido descubrirse como creador en la prueba de un trabajo duro y productivo; al dominar a la Naturaleza, ya no la teme…
…Por otra parte, la afirmación del sujeto no basta para explicar la propiedad: en el desafío, en la lucha, en el combate singular, cada conciencia puede intentar elevarse hasta la soberanía. Para que el desafío haya adoptado la forma de un potlatch, es decir, de una rivalidad económica, para que a partir de ahí primero el jefe y luego los miembros del clan hayan reivindicado bienes privados, preciso es que en el hombre anide otra tendencia original: ya {65} hemos dicho en el capítulo precedente que el existente no logra captarse sino alienándose; se busca a través del mundo bajo una figura extraña, la cual hace suya. En el totem, en el maná, en el territorio que ocupa, es su existencia alienada lo que encuentra el clan; cuando el individuo se separa de la comunidad, reclama una encarnación singular: el maná se individualiza en el jefe, luego en cada individuo; y, al mismo tiempo, cada cual trata de apropiarse un trozo de suelo, unos instrumentos de trabajo, unas cosechas. En esas riquezas que son suyas, el hombre se encuentra a sí mismo, porque se ha perdido en ellas…Entonces el interés del hombre por su propiedad se convierte en una relación inteligible. Pero se ve que no es posible explicarlo solamente por el útil: es preciso captar toda la actitud del hombre armado con un útil, actitud que implica una infraestructura ontológica…
…Del mismo modo, resulta imposible deducir de la propiedad privada la opresión de la mujer. También aquí es manifiesta la insuficiencia del punto de vista de Engels. Ha comprendido éste perfectamente que la debilidad muscular de la mujer no se ha convertido en una inferioridad concreta más que en su relación con el útil de bronce y de hierro… Porque el hombre es trascendencia y ambición es por lo que proyecta nuevas exigencias a través de todo útil nuevo… el hombre la ha aprehendido (a la mujer) a través de un proyecto de enriquecimiento y expansión. Y ese proyecto no basta para explicar que haya sido oprimida: la división del trabajo por sexos pudiera haber sido una amistosa asociación. Si la relación original del hombre con sus semejantes fuese exclusivamente una relación de amistad, no se podría explicar ningún tipo de servidumbre: este fenómeno {66} es una consecuencia del imperialismo de la conciencia humana, que trata de cumplir objetivamente su soberanía. Si no hubiese en ella la categoría original del Otro, y una pretensión original de dominar a ese Otro, el descubrimiento del útil de bronce no habría podido comportar la opresión de la mujer…
(De Beauvoir, Simone.1949. "El segundo sexo")
Posteado por María G. Javaloyes